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17.9.12

Melancolía: Íntimo apocalipsis


Lo peor que se puede hacer al sentarse ante una película de Lars von Trier es acomodarse en la butaca arrastrando cualquier tipo de prejuicio. Si bien es verdad que el realizador danés puede ser acusado con razón de egocéntrico o megalómano (su supuesta autoproclamación como el mejor director del mundo no ayuda a quitarte el sambenito de ególatra, aunque él no dijera eso), no es menos cierto que al menos resulta impredecible en cada película que hace, lo que en el fondo es un punto a su favor.

Lars von Trier ha evolucionado hacia una progresiva estilización de su cine, pasando del estilo casual e improvisado de sus primeros títulos a unas maneras mucho más pretendidamente artísticas y trascendentales en sus últimas películas. Por el camino, ha trabajado casi todos los géneros (le faltaba el pornográfico, pero ya lo abordará en Nymphomaniac, su proyecto inminente), dejando siempre un sello personal que atrae a sus incondicionales y repugna a todos los demás a partes iguales. De ahí que cada nueva película del danés sea recibida con suspicacia, especialmente entre los que esperan (para mal) encontrarse con los mareantes movimientos de cámara o los pedantes subrayados narrativos y/o visuales tan del gusto del realizador.

Sin embargo, con Melancolía (Melancholia, 2011) podemos decir que von Trier ha realizado su película más pulida a nivel formal y una de las más sencillas (que no simples) en el plano argumental. No falta el uso (para algunos abuso) de la cámara al hombro y los barridos rápidos, pero en este caso no constituyen el motivo estilístico principal, sino que están en consonancia con la situación planteada en la primera parte de la película, una situación cuya incomodidad se transmite mejor con un inquieto movimiento de cámara que permite captar en tiempo real cada reacción de los personajes. Por ello, el uso de la cámara al hombro no es un recurso frívolo y manierista, sino una expresión de la necesidad de captar de la manera más directa una situación tan llena de matices.

La película se divide en dos partes bien diferenciadas, casi dos películas independientes que llevan por título el nombre de las dos hermanas protagonistas, Justine y Claire. Antes de eso, von Trier inserta una especie de preludio onírico que revela el desenlace final del film, que no es otro que la destrucción de la Tierra. A este prólogo, repleto de referencias al mundo del arte (el más evidente es la Ofelia de John Everett Millais), aunque quizá demasiado influido por ese recurso tan videoclipero de la cámara superlenta, no se le puede negar una enorme capacidad de fascinación, aumentada por la música del Tristán e Isolda de Wagner, y que deja en el espectador la sensación de asistir a algo trascendente.

Sin embargo, Lars von Trier deja la trascendencia para más adelante, puesto que el primer segmento de la película tiene mucho más de humano que de divino. Esta primera parte del díptico se centra en la boda entre Justine (Kirsten Dunst) y Michael (Alexander Skarsgård), que tiene lugar en la mansión rural de Claire (Charlotte Gainsbourg), hermana de Justine, y de su marido John (Kiefer Sutherland). Es inevitable que en este momento vuelva a la memoria Celebración (Festen, 1998), la película de Thomas Vinterberg que sigue siendo la más destacada representante del movimiento Dogma 95, que el propio von Trier contribuyó a fundar pero del que renegó al poco tiempo. Si en aquella cinta la reunión familiar por el 60 cumpleaños del patriarca del clan acababa destapando todas las miserias familiares, en esta primera parte de Melancolía asistimos a una situación similar, a la constatación de todo lo que de hipócrita tienen este tipo de celebraciones. Mientras la pragmática Claire se esfuerza por conseguir que todo salga perfecto, sus peculiares familiares se encargan de todo lo contrario. Ya sea por su amargada y sarcástica madre (Charlotte Rampling), su despreocupado padre (John Hurt) o el despiadado jefe de Justine (Stellan Skarsgård), pronto asistimos a la cara oculta de estos encuentros aparentemente apacibles en los que la realidad ofrece una versión bien distinta de la fachada que los personajes ofrecen ante los demás. Pero por encima de todo sobrevuela la angustia de la propia Justine, la que mejor refleja el hastío y lo absurdo de una situación en la que ella debería ser la persona más feliz, aunque en realidad es todo lo contrario. La magnífica interpretación de Kirsten Dunst (reconocida como mejor actriz en Cannes) ayuda a entender mejor a un personaje difícil, poco agradecido, con el que el público tiene dificultades para conectar por lo, en ocasiones, aleatorio de su comportamiento. Un comportamiento cuyo origen puede intuirse tras el descubrimiento de ese planeta llamado Melancolía que se asoma en el horizonte, y cuya presencia parece provocar en Justine una sensación que nadie comprende (es muy significativo el hecho de que Justine pida ayuda a todos los miembros de su familia pero nadie esté dispuesto a escucharla) pero que tendrá consecuencias importantes.


Tras esta parte que deja una vez más a las claras lo que von Trier opina de las relaciones sociales (vacías, falsas y llenas de hipocresía), la película da paso a una segunda parte de un tono mucho más místico, universal y trascendental. La fotografía en tonos amarillos y el pulso nervioso de la cámara dan paso a unos planos más sosegados y a un ambiente de tonalidades más frías y oscuras. Situado cronológicamente algún tiempo después de la celebración anterior, este segundo segmento se centra más en la figura de Claire, resaltando el contraste entre las dos hermanas que representa de alguna manera la contraposición entre dos formas de entender la existencia. Claire es racional, práctica, terrenal y con los pies en el suelo, casada con un rico triunfador y con un hijo pequeño. Justine, por el contrario, es creativa, inestable, imprevisible y parece íntimamente ligada al destino de ese planeta cuya silueta es cada vez más grande en el cielo. Y es precisamente la amenaza de Melancolía la que planea sobre toda esta parte del film. Poco a poco el espectador va entendiendo lo inevitable de la colisión del planeta con la Tierra, y el consiguiente Fin del Mundo. Un Apocalipsis que cada una de las hermanas afronta de manera muy diferente. Claire lo asume con terror, negándose a imaginar la posibilidad de que desaparezca todo el mundo, incluyendo sus seres queridos. Pero Justine interpreta el advenimiento del fin total con naturalidad, como una especie de purga. Es muy interesante su reflexión cuando afirma que la Tierra es un lugar maligno, que no hay nada de malo en que desaparezca y que sabía que eso iba a suceder. Lars von Trier planeta con inteligencia la idea de la destrucción total como una suerte de castigo contra la indignidad humana. Un castigo que, por otra parte, afectaría por primera vez a todos los seres humanos y no sólo a aquellos menos favorecidos en cuanto a su clase, religión o situación económica. Por una vez, la destrucción del planeta es absolutamente democrática, afectando por igual a todos los seres humanos, liberados por un solo momento de sus diferencias. Y von Trier presenta este Apocalipsis sin el manido recurso de mostrar a personas de todas las regiones del mundo reunidas ante un televisor contemplando el fin inminente con lágrimas en los ojos, sino que el Fin del Mundo sobreviene en familia bajo una cabaña hecha con palos de madera, mediante una explosión de pura e infinita belleza.



3.8.12

21 gramos: Unidos por el dolor


Independientemente de la calidad de su trabajo, o de la identificación con su cine por parte del público mayoritario, existe una serie de directores que poseen un sello personal, una especie de trademark que hacen reconocibles sus películas. Esto es, en mi opinión, un tanto a favor de estos realizadores, cuya diferenciación podría ser considerada casi como una excepción en estos tiempos en los que todo producto cultural (y fílmico) tiende a igualarse y estandarizarse.

En la nómina de estos directores "reconocibles" incluiría a Alejandro González Iñárritu. Con sólo cuatro largometrajes (más otros trabajos en el mundo de la TV o el corto), el realizador mexicano se ha ganado esta distinción y también el reconocimiento de su obra por parte de un amplio sector de la crítica (el público es otra cosa), que considera sus películas valientes, complejas y visualmente atractivas. Aunque, por otro lado, hay quienes consideran sus filmes como efectistas, sensibleros y repetitivos. Una disparidad de criterios que al menos constata que estamos ante un director cuyas películas son, al menos, identificables en su forma y su contenido.

En este artículo yo quería hablar de 21 gramos (21 Grams, 2003), la segunda película de Iñárritu y la primera rodada con un presupuesto digno de Hollywood y con actores de primera fila. Esto fue posible gracias al éxito de su debut con Amores perros (2000), un film que retrataba escenas de la vida tanto de los bajos fondos como de la jet set de México D.F., y donde esas escenas compartían (pese a sus diferencias iniciales) sentimientos comunes, unos sentimientos que igualan a todos los seres humanos más allá de distinciones de raza, sexo, edad o extracción social. La película sirvió, además, para catapultar la carrera de Gael García Bernal y para que Iñárritu formara, junto con Guillermo del Toro y Alfonso Cuarón, una escuadra de jóvenes y talentosos directores mexicanos que volvieron a poner en el mapa la cinematografía de un país con tanta tradición fílmica.

Así pues, para su segundo trabajo, Iñárritu pudo contar con un presupuesto mayor (20 millones de dólares frente a los 2 millones que costó Amores perros) y con estrellas del cine americano, encabezadas por Sean Penn (que al mismo tiempo estrenó Mystic River de Clint Eastwood), Naomi Watts (reconocible desde Mulholland Drive en 2000 y que recientemente había protagonizado el remake americano del film de terror japonés La señal, en 2002) y Benicio del Toro, quien había llegado al gran público gracias a dos películas del año 2000 como Snatch, cerdos y diamantes (Guy Ritchie) y Traffic (Steven Soderbergh). A estos tres (Watts y Del Toro fueron nominados al Oscar por sus interpretaciones) habría que sumarles nombres como Danny Huston, Melissa Leo o Charlotte Gainsbourg, secundarios de lujo que dan todavía mayor enjundia a la película.

Pese a la subida de nivel económico y de caché de los actores, Iñárritu plantea en 21 gramos una película similar, en fondo y forma, a Amores perros, aunque ya sin la frescura y el factor sorpresa de su debut, sus dos puntos fuertes principales. Su segundo largometraje tiene otra vez ese aspecto nervioso y casual producto de la filmación con cámara al hombro, y vuelve a girar sobre las historias cruzadas, sobre los personajes sin aparente relación entre sí pero que acaban encontrándose por los avatares de la vida (llamémosle destino si queréis). Iñárritu plantea de nuevo un relato fragmentado, presentado sin orden cronológico y donde muchas veces las consecuencias se nos muestran antes que las causas. Esto resta suspense al espectador, que sabe cómo acabará la historia, pero le añade la necesidad de saber la manera en la que la trama se desarrolla, cuáles son esos huecos que hay que rellenar para que todo tenga sentido.

En la película, Sean Penn interpreta a un profesor de matemáticas al final de una enfermedad terminal, donde sólo un transplante de corazón puede salvarle la vida, mientras su esposa (Charlotte Gainsbourg) desea quedarse embarazada de él para mantener su recuerdo tras la muerte. Naomi Watts, por su parte, es una mujer felizmente casada y con dos niñas pequeñas, cuya vida da un vuelco cuando su marido (Danny Huston) y sus hijas son atropelladas mortalmente, cayendo en una profunda depresión y en una espiral de drogas y autodestrucción de la que intenta salvarle Sean Penn, receptor del corazón de su marido. Finalmente, Benicio del Toro es un ex convicto que ha encontrado en la religión el camino de redención para volver al buen camino junto a sus hijos y su mujer (Melissa Leo), aunque después todo se tambalea cuando su camioneta se lleva por delante la vida de un hombre y sus dos hijas pequeñas...

Como vemos, son tres personajes que en principio no se conocen, no tienen nada en común, pero que después de las dos horas de metraje estarán indisolublemente unidos para siempre. Unidos por el dolor, el sufrimiento, el deseo, la venganza y la culpa. Y es que esos sentimientos son precisamente la seña de identidad del cine de Iñárritu, un cine que reflexiona sobre las conexiones que unen a todos los seres humanos, y sobre las sensaciones que nos igualan. En sus películas siempre hay un hecho fortuito (un accidente, una enfermedad, una mala decisión, a veces el mexicano parece regodearse en el sufrimiento de sus personajes) que acaba uniendo a personas que no parecían destinadas a encontrarse. Es ese azar lo que hace la vida impredecible, lo que convierte al universo en una acumulación de pequeñas decisiones que pueden alterar definitivamente el curso de la existencia. En su siguiente película, Babel (2006), el más ambicioso de todos sus trabajos y seguramente el menos conseguido, Iñárritu quiso llevar al extremo la idea de la conexión, ampliando el foco a países, continentes e incluso momentos diferentes para retomar su obsesión por las historias cruzadas y los sentimientos compartidos. Pero lo que parece claro es que no hay que cruzar fronteras para encontrarse con historias cotidianas que comparten unos sentimientos tan puramente humanos que todos hemos sentido alguna vez, y que en 21 gramos unen irremisiblemente a tres personajes cuya experiencia compartida cambiará sus vidas para siempre.



6.9.11

"Melancholia", el fin del mundo según Lars von Trier


El próximo 30 de septiembre se estrenará Melancholia, la última película del controvertido director danés Lars von Trier, autor de obras maestras como Dogville, Bailar en la oscuridad o Rompiendo las Olas. En esta ocasión, la trama gira en torno a dos hermanas (Kirsten Dunst y Charlotte Gainsbourg) y a un planeta misterioso que se acerca a la tierra (sic). La película fue muy aplaudida en el pasado Festival de Cannes, donde Dunst se llevó el premio a la mejor actriz y Von Trier fue expulsado por unas polémicas declaraciones en las que bromeaba sobre un tema tan delicado como Hitler y los nazis. A nadie se le escapa que Lars es un tipo especial, de esos que hay que coger con pizas todo lo que dice.

Sea como sea, hay muchas ganas de poder ver esta película. Os dejo con un trailer que pone los dientes bastante largos:


Se habla de...

Abbie Cornish Acción Agustí Villaronga Albert Finney Alberto Rodríguez Alberto San Juan Alec Baldwin Alejandro González Iñárritu Alex Goyette Alexander Skarsgård Alexandre Aja Alfred Hitchcock Amanda Seyfried Amy Adams Ana Wagener Andrew Garfield Andy Serkis Ang Lee Animación Anna Karina Anne Bancroft Anne Hathaway Anthony Hopkins Anthony Perkins Anthony Quinn Antonio Banderas Antonio Dechent Antonio Hernández Arnold Schwarzenegger Asa Butterfield Ashton Kutcher Asunción Balaguer Aula de Cinema UV Aurore Clément Aventuras Bárbara Goenaga Barry Sonnenfeld BBC Bélico Ben Affleck Ben Kingsley Ben Stiller Ben Whishaw Benh Zeitlin Benicio del Toro Benjamin Walker Bérénice Bejo Bérénice Marlohe Billy Crystal Biopic Brad Pitt Bradley Cooper Brandon T. 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