En la interesante tertulia que se generó a propósito del repaso de lo más destacado de 2012 en el programa especial de Cine L'Atalante, Óscar Brox indicaba como uno de los aspectos más destacables de Moonrise Kingdom (ídem, 2012) el hecho de que parecía estar dirigida por un niño y no por un adulto, haciendo referencia al tratamiento tan especial de los personajes infantiles y adultos y también al tono y al desarrollo de la narración.
En este sentido, al hablar de Submarine (ídem, 2010) también podemos señalar que el film podría estar escrito y dirigido por un adolescente, uno muy parecido al que protagoniza esta historia agridulce de descubrimiento. Y es que la comparación entre Moonrise Kingdom y Submarine no es en absoluto gratuita, pues ambas comparten muchos puntos en común. Como en la cinta de Wes Anderson (por cierto, una de las mejores del año que acaba de concluir), en Submarine los personajes adolescentes parecen mucho más cabales y equilibrados que los adultos, hay en ocasiones un estilo antinarrativo de contar la historia, una utilización de la banda sonora (en el caso de Submarine a cargo de Alex Turner, líder de los Arctic Monkeys) como contrapunto a los momentos dramáticos, ambientación vintage (los 60 en Moonrise Kingdom, los 80 en Submarine) y una querencia anacrónica pero adorable por la correspondencia epistolar.
Sin embargo, a pesar de compartir bastantes aspectos con la obra de Wes Anderson -y que en ocasiones también recuerda a Spike Jonze o Michel Gondry-, Submarine posee una entidad propia que la convierte en un producto a reivindicar. Es un film en el que el concepto de debut está muy presente. Por un lado, es la ópera prima de Richard Ayoade, a quien conocíamos como uno de los dos protagonistas de esa serie tan imprescindible y chanante como es Los informáticos (The IT Crowd, 2006- ), y que en su primera incursión en el largometraje ha decidido apartar ese humor surrealista y casi montyphytoniano para buscar un tono algo más naif y cercano a la realidad de un chico de quince años, sin que por ello se pierda por el camino nada de la ironía y la amargura que hacen interesante este tipo de películas.
Por otra parte, la historia en sí misma es también la historia de las primeras veces. El primer amor, la primera relación sexual, el primer desengaño, la primera vez en la que ves tambalearse tu pequeño mundo -en este caso por culpa de la aparición de un antiguo novio de la madre que pone en peligro el matrimonio de los progenitores-. Situaciones que, con la perspectiva del tiempo, todos somos capaces de relativizar y darles la importancia que se merecen, pero que en ese momento de la adolescencia suponen lo más decisivo del mundo y amenazan con dejar huella para siempre.
Al buen resultado de la película contribuye sin duda la elección de la pareja protagonista, un Oliver (Craig Roberts) omnipresente en la historia y que borda su papel de adolescente con rica vida interior que se enamora perdidamente de la chica rara del colegio, Jordana (Yasmin Paige). Su historia de amor es una historia inusual, deliberadamente antiromántica -sus citas tienen lugar en sitios como descampados o polígonos industriales y su principal ocupación en ellas es quemar cosas- pero no por ello menos intensa, y en la que empiezan a forjarse aspectos más propios de la vida adulta que de la niñez. Submarine es, en definitiva, un esperanzador debut de un director al que habrá que seguir la pista, y también un retrato nada complaciente y mucho menos edulcorado de lo habitual de una etapa tan complicada como es la adolescencia, de la que nadie en su sano juicio guarda un buen recuerdo pero a la que todos daríamos lo que fuera por regresar.
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