En la a ratos muy divertida pero desgraciadamente repetitiva e irregular serie americana Dos hombres y medio (Two and a Half Men, 2003-?), Charlie Sheen se transmuta en una versión prácticamente idéntica a su propia persona, un artista de vuelta de todo cuya única preocupación es la buena vida, el juego, el alcohol en cantidades industriales y las mujeres (casadas, solteras, viudas o divorciadas, es lo de menos) en cantidades no menos industriales. Un bon vivant multimillonario al que la vida le ha sonreído gracias a su carisma personal y a unas dotes incalculables de fortuna y/o marketing. Es decir, una situación muy similar a la del propio Sheen, quien tuviera su cumbre de popularidad a finales de los 80 y principios de los años 90 gracias principalmente a Wall Street (Oliver Stone, 1987) y, no nos olvidemos, al descacharrante díptico formado por Hot Shots! (Jim Abrahams, 1991) y Hot Shots 2 (Abrahams, 1993), y que después de eso ha llevado su carrera por el camino de la TV, las películas estrenadas directamente en DVD (o ni eso) y los escándalos relacionados con las drogas y la bebida.
Sin embargo, Dos hombres y medio, a pesar de ser claramente un vehículo para la exposición del carácter de vago irresistible del propio Charlie Sheen (y que, por lógica, pierde toda su esencia tras la desaparición de su personaje y la irrupción del insípido Ashton Kutcher para prolongar artificialmente la vida de una serie que ya solo vive del buen hacer de Jon Cryer), en el fondo se disfraza de una sitcom al uso, e incluso el propio Sheen se transfigura en un hombre con un apellido (Harper) y un oficio (compositor de jingles en lugar de actor) que de alguna manera enmascaran su verdadera realidad. Pese a ello, queda patente el filón que puede suponer para el espectador el asistir a un show en el que un actor se interpreta a sí mismo y no duda en ofrecer en ocasiones su peor versión como persona. Un género, el de la autoparodia, de cierto arraigo en EE.UU., especialmente entre los cómicos, desde Jerry Seinfeld en Seinfeld (1990-1998) a Larry David en Curb Your Enthusiasm (2000-2011), con distintos grados de verosimilitud en la relación actor-personaje.
Tal vez en EE.UU., al ser la industria cinematográfica más importante del mundo, sea más sencillo este ejercicio de reírse de uno mismo, y más desde la privilegiada posición en cuanto a prestigio profesional de los actores mencionados anteriormente, que les permite ciertas dosis de autoflagelación sin por ello perder credibilidad ni posición. Sin embargo, en lo que respecta al cine español, este intento supone un riesgo mucho más elevado, en el marco de una industria con permanente complejo de inferioridad y con un sector del público y la prensa siempre al acecho de cualquier pequeño desliz o rareza incomprendida para lanzarse sobre cualquiera con despiadado apetito de destrucción.
Esto explica que una serie como ¿Qué fue de Jorge Sanz? (2010) sea un producto tan minoritario y que haya pasado sin éxito por los despachos de varias productoras hasta que Canal + se decidió a apostar por él. Debido a ello, poca gente más allá de los abonados al canal privado ha podido disfrutar de esta miniserie de seis capítulos creada por el propio Jorge Sanz y David Trueba, y que supone una muy interesante visión de la industria del cine desde el punto de vista de alguien que se mueve en su periferia, mucho tiempo después de ser apartado de los focos y las alfombras rojas.
En ¿Qué fue de Jorge Sanz? no hay formato de sitcom que valga, ni siquiera una planificación de ficción al uso. La serie está rodada con unos medios reducidos a la mínima expresión, sin preocuparse siquiera de la calidad de los planos (hay continuos reencuadres, algunas veces la imagen está claramente quemada) o de cortar las calles para grabar. Esto redunda en la naturalidad de las situaciones, donde es mucho más importante lo que se cuenta que como se cuenta, dando como resultado una especie de documental ficcionado o ficción natural que hace empatizar al espectador desde un principio.
Jorge Sanz da vida a Jorge Sanz, un actor que ha conocido tiempos mejores, divorciado y con un hijo al que apenas puede ver, y que sobrevive haciendo teatro de segunda categoría mientras sueña con volver a ser lo que fue, por mucho que eso dependa de un agente totalmente inepto (magnífico Eduardo Antuña), que le representa por pura casualidad gracias a la amistad que une a las madres de ambos. A lo largo de los seis capítulos asistimos una vez tras otra a los proyectos frustrados de Jorge, cuya deriva personal corre paralela a la profesional. Sin embargo, el principal logro de la serie no está en el retrato del Jorge Sanz persona (el típico perdedor entrañable), sino que su baza más potente es la caracterización del Jorge Sanz actor, en tanto en cuanto refleja -mediante ese juego metarreferencial- una visión cruda y descarnada de una profesión tan peculiar y sometida al caprichoso azar como es la de actor.
No es casualidad que cada episodio comience con un fragmento de una película del Jorge Sanz actor, abruptamente interrumpida por una llamada telefónica que nos descubre que es un sueño del propio Sanz y que se desvanece al despertar, siempre en un sitio diferente, y nunca en una cama. No es casualidad tampoco que esos fragmentos pertenezcan a las películas de su época de mayor éxito, como tampoco que cada personaje que encuentra en su camino le recuerde lo maravilloso que estaba en filmes como Valentina (Antonio José Betancor, 1982), Amantes (Vicente Aranda, 1991) o Belle Epoque (Fernando Trueba, 1992). Es decir, películas con más de dos décadas de antigüedad y que aún hoy suponen la cúspide en la carrera de un actor que, a pesar de contar con casi un centenar de papeles, no es recordado por nada posterior a aquella época dorada.
Esta humillación continua del Jorge Sanz actor, presente en cada uno de los episodios, esta continua referencia a un pasado glorioso y a un presente patético, constituye el verdadero leitmotiv de la serie, en la que Sanz se presta con estoicismo (y con valentía y un buen encaje de la realidad, todo hay que decirlo) al escarnio de antiguos admiradores, productores y compañeros de profesión, dejando en evidencia la capacidad que tiene el cine de desechar los productos con la misma facilidad con la que los encumbra. Y de paso, la serie pone de relieve las miserias de una profesión como la de actor, en la que una mala decisión te puede condenar a acabar tus días en películas de quinta división, en series de televisión de calidad ínfima (el propio Sanz participó en aquella aberración llamada El inquilino en 2004, algo que le recuerdan en varias ocasiones en la serie), en cortometrajes de cualquier aspirante a director o dando pregones en un pueblucho de la España profunda. Todo esto está presente en ¿Qué fue de Jorge Sanz?, una visión a la vez nostálgica y pesimista de un pasado que nunca volverá, una constatación de que los mejores tiempos han quedado lejos y que siempre habrá alguien dispuesto a recordártelo. Desde luego, hay que ser muy valiente para prestarse a un retrato tan descarnado del propio fracaso (¿cuántos actores podrían encajar en ese perfil de olvidados?), y convertirlo sin embargo en una comedia a ratos hilarante pero que mantiene siempre ese poso de compasión hacia quien persigue a su propio fantasma. Por eso, Jorge Sanz mira hacia atrás pero sin ira, consciente de que la vida sigue y de que en el fondo, actuar es lo único que sabe hacer en su vida. Se rie de sí mismo, y nosotros con él, que no de él.
ResponderEliminarHe visto episodios sueltos de series como Extras y Curb Your Enthusiasm, que mezclan realidad y ficción, y me parece un formato muy interesante y arriesgado... Me apetece bastante ver la de Jorge Sanz, a ver si la pasan por la TDT normal alguno de estos días...
Pues te recomiendo que la veas si puedes, porque como dices es un formato arriesgado, y más cuando no tienes inconveniente en sacar lo peor de ti y de tu profesión. La serie transmite patetismo pero también bastante mordacidad, de ahí su valor en mi opinión.
ResponderEliminarGracias por el comentario Kalonauta!