Podría resultar sorprendente que tratándose de una película protagonizada por un superhéroe dotado de todo tipo de habilidades en la lucha y de infinidad de gadgets tecnológicos, la presencia de Batman en la pantalla (y que se me perdone este pequeño spoiler por si queda alguien sin verla) sea llamativamente escasa en proporción al inmenso metraje (de casi tres horas) del film. Pero menos sorprendente resulta si analizamos la trilogía sobre el hombre murciélago que ha completado Christopher Nolan, una trilogía que se ha caracterizado por abandonar el tradicional maniqueísmo entre buenos y malos propio de este tipo de películas, y que por el contrario se ha centrado en el análisis del héroe en cuanto a concepto moral y social.
El propio Nolan comentaba, creo que con acierto, que si el leitmotiv principal de Batman Begins (2005) era el miedo, y el de El caballero oscuro (2008) era el caos, en el caso de El caballero oscuro: La leyenda renace (2012) el tema central es el dolor. Un dolor que no sólo es físico, provocado por la imponente fuerza de Bane, el enésimo villano encargado de acabar con la sufrida ciudad de Gotham, sino que sobretodo es psicológico. Es el dolor que produce la pérdida, el rechazo, la asunción del fracaso de una iniciativa nacida con la esperanza de un mundo mejor pero que sólo ha traído la desgracia y la incomprensión. Me parece digno de aplauso, por lo valiente, que la saga de Nolan haya tomado como inspiración los arcos argumentales más densos, incómodos y oscuros del universo creado por Bob Kane, como son The Dark Knight Returns, Nightfall o No Man's Land. Historias caracterizadas por la continua puesta en cuestión de un concepto tan poco debatido en estos casos como el del heroísmo, y que aleja la trilogía nolaniana de las dos películas que Tim Burton firmara en 1989 y 1992, y también (por suerte) de las poco afortunadas entregas de Joel Schumacher a mediados de los 90.
Esta tercera (y última dirigida por Nolan, según declaraciones del propio director) entrega de El caballero oscuro comienza ocho años después del film anterior, con Batman caído en desgracia después de atribuirse la muerte del fiscal Harvey Dent (Aaron Eckhart) para que no trascendieran los delitos cometidos por éste y la ciudad de Gotham tuviera un héroe (humano y público, no encapuchado y misterioso) al que tomar como referencia en tiempos difíciles. Una situación que, de paso, deja en evidencia lo voluble y manipulable de la opinión pública. Así, vemos que Gotham se encuentra en un periodo de paz y prosperidad, con sus criminales entre rejas y sin apenas delitos que combatir. El propio Bruce Wayne (Christian Bale) se encuentra recluido cual Howard Hughes en su mansión, alimentando los rumores sobre su estado de salud. Un estado que comprobamos lamentable, envejecido, estropeado por los incontables golpes sufridos en su lucha contra el crimen. Bruce Wayne ha optado por enterrar a Batman para siempre, considerando que su labor finalizó cuando la ciudad de Gotham le dio la espalda definitivamente.
Pero por supuesto, esta situación no va a durar mucho tiempo. Resulta curioso que en esta trilogía la principal aspiración de los villanos haya sido la destrucción de Gotham por considerarla una especie de Nueva Babilonia donde la corrupción de los seres humanos ha llegado a límites insostenibles, y necesita de una purga, de ser arrasada hasta los cimientos y vuelta a erigir desde una mentalidad completamente distinta. Esta concepción no debe perderse de vista, al ser una metáfora poco velada de la situación actual del mundo occidental, en el que el capitalismo salvaje e inhumano está provocando una brecha social y económica sin precedentes que amenaza con romper el delicado equilibrio entre la minoría que ostenta el poder y la mayoría que sufre las consecuencias de los excesos y los caprichos de aquellos que manejan el mundo a su antojo. No es tampoco casualidad, pues, que en esta entrega de El caballero oscuro, se haga referencia (aunque de una forma bastante artera y discutible, y no quiero desvelar más) al movimiento occupy y en general a todos los movimientos de indignados que se han instalado definitivamente en nuestra sociedad. Bane, la amenaza definitiva para Gotham, encabeza un ejército de outsiders del sistema, jóvenes en situación de exclusión que encuentran en el terrorismo la única manera de ser escuchados. Y el mensaje de Bane (aunque viendo la película se entiende en toda su dimensión) empieza siendo un llamamiento a ese 99% de la población a que tome de una vez las riendas de su vida y haga pagar sus cuentas a la corrupta clase dominante. Por esta asociación de los indignados con los "malos" de la película le han caído bastantes palos a Nolan y a la cinta, considerada por algunos como un panfleto ultraderechista, pero vuelvo a reiterar que hay que ver el film para entender toda la realidad del mensaje.
Así pues, con Gotham al borde de una nueva y terrible amenaza, Bruce Wayne se ve obligado a desentumecer sus anquilosados músculos y sacar del armario el traje de superhéroe, en un último servicio a su querida ciudad antes de dejarlo definitivamente. La película es, por tanto, la narración de ese último combate de Batman contra las fuerzas del mal. Una narración que, por cierto, sufre de ciertos altibajos de ritmo y de algún que otro agujero inexplicable en el guión, y que en mi opinión deja el resultado final ligeramente por debajo de esa obra maestra que es El caballero oscuro. A ello contribuye también la odiosa comparación entre los antagonistas, en la que el Joker encarnado por el tristemente desaparecido Heath Ledger (y al que por respeto al actor no se menciona ni una sola vez en la película) supera con creces al rocoso Bane al que da vida Tom Hardy, algo desperdiciado debido a la inexpresividad producida por su inquietante máscara y por los tan comentados problemas con su voz. Por otro lado, la enorme cantidad de personajes secundarios con entidad (Gary Oldman, Michael Caine, Morgan Freeman, Marion Cotillard y unos muy destacables Joseph Gordon-Levitt y Anne Hathaway) conlleva una ramificación poco recomendable de la trama, que resta fluidez a la narración o, en ocasiones, la frena excesivamente.
Y es que The Dark Knight Rises tiene la difícil misión de conciliar la épica que se le exige a este tipo de películas con la introspección y el debate ético y moral que el propio Nolan ha querido introducir en su particular visión del hombre murciélago. El tiempo evaluará con mayor criterio el ingente trabajo del director londinense, cuya obra ya cuenta con partidarios y detractores a partes iguales. Los hay quienes consideran su filmografía como pretenciosa, vacuamente efectista y trufada de filosofía de baratillo, frente a quienes lo ven como el realizador más capacitado para revisar el cine más mainstream, mayoritario y espectacular a través de una mirada más seria, adulta y madura. En cualquier caso, lo que nadie puede reprochar a Christopher Nolan es el titánico esfuerzo que ha llevado a cabo en esta trilogía que ha llevado el cine de superhéroes a una nueva dimensión, que seguramente marcará la tendencia de futuras aproximaciones al género. O quizá es que, simplemente, a Nolan le ocurre como al propio Batman, empeñado en ser un héroe en unos tiempos en los que la lucha entre el bien y el mal se presenta más confusa, incomprensible y llena de trampas que nunca. Otra consecuencia de estos tiempos inestables en los que nos ha tocado vivir.
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