Cuando uno se pone a revisar comentarios y reseñas sobre Sucker Punch (2011), lo primero que llama la atención es la polaridad de las opiniones que se vierten sobre ella. Parece que en el caso de esta película no existe término medio, y la crítica (tanto la especializada como la del público en general) se divide entre los que alaban su riqueza visual, su audacia narrativa y su contestación a los clichés del género de acción fantástica y aquellos que la consideran como un simple film de exploitation adolescente, el producto de una mente calenturienta contaminada por el manga erótico que, a falta de un guión consistente, sólo funciona en el nivel de activación de las hormonas prepúberes.
Así pues, ¿qué tiene Sucker Punch para crear estos dos frentes tan antagónicos? ¿Es una obra maestra incomprendida o uno de los mayores despropósitos de los últimos tiempos? ¿Es machista o feminista? Lo que está claro, por otro lado, es que si una película genera tal tipo de controversia, al menos no se debe subestimar como objeto cinematográfico. Porque el cine, o más bien el gusto cinéfilo, es algo tan subjetivo y sometido a los gustos cambiantes que está en continua revisión, y que una cinta incida en esta discusión es algo completamente sano y recomendable.
En primer lugar, habría que hacer referencia a su director, guionista, productor y, en definitiva, principal responsable del film: Zack Snyder. Este realizador (nacido en Wisconsin en 1966) ya era muy conocido en el momento de realizar Sucker Punch, especialmente entre el público especializado en el cine fantástico y los aficionados a los comics. Si descontamos la muy desapercibida cinta de animación Ga'Hoole: La leyenda de los guardianes (2010), los tres primeros films de Snyder le situaron como referencia del cine de género. Me estoy refiriendo a Amanecer de los muertos (2004) y sobretodo a 300 (2006) y Watchmen (2009). Aunque los tres títulos son muy diferentes en cuanto a temática, aspiraciones y resultado, todos tienen en común que parten de un material firmado por grandes popes de la cultura occidental de finales del siglo pasado. Si Amanecer de los muertos era un respetuoso (y en ciertos momentos mejorado) remake de Zombi (1978), segunda parte de la saga de ultratumba que George A. Romero dio comienzo con la fundacional La noche de los muertos vivientes (1969), con 300 y Watchmen, Snyder tenía entre manos la obra de dos de los pilares (para mí el tercero sería Neil Gaiman) de la Santísima Trinidad de la novela gráfica para adultos: Frank Miller y Alan Moore. Como he mencionado anteriormente, los resultados son desiguales, pero al menos sí presentan ciertos aspectos comunes (especialmente las dos últimas) a nivel visual que se mantendrán en el título que nos ocupa.
Con Sucker Punch, Zack Snyder estaba por primera vez en su carrera ante un material inédito, concebido por él mismo con la colaboración de Steve Shibuya. Es, por tanto, su película más personal, lo que por un lado juega a su favor (al no arrastrar las inevitables comparaciones con el material original, de tanto peso en sus films anteriores) pero por otro lado hace que todos los palos recaigan sobre él sin la posibilidad de parapetarse tras ningún escudo.
Con todo esto, Sucker Punch no deja de ser una película de acción fantástica, entendiendo esta última palabra no como un adjetivo valorativo sino como una indicación de que estamos más allá de los márgenes de la verosimilitud. El film, narrativamente complejo, se desarrolla en varios niveles, una suerte de muñecas rusas encajadas unas dentro de otras. El primer nivel es el mundo real (siempre entendiendo que estamos dentro de una ficción fílmica), en el que una joven (Emily Browning) es internada por un padrastro maltratador y asesino en una institución mental para que se le practique una lobotomía y no pueda denunciar las fechorías del padrastro. Allí vemos al jefe médico (Oscar Isaac), del que pronto averiguamos sus oscuras prácticas e intenciones, y a la psiquiatra encargada de tratar con las pacientes (Carla Gugino). Después de varios días de internamiento, finalmente aparece el doctor encargado de la lobotomía (Jon Hamm), y es en ese momento cuando la película se adentra en el segundo nivel.
Para escapar de esta realidad asfixiante y del terrible destino que el espera, el personaje de Emily Browning, hasta ahora sin nombre, inventa un mundo en el que ella se llama Babydoll y en el que sigue encerrada. Sin embargo, en lugar de un psiquiátrico se encuentra en una especie de burdel de lujo en el que el médico se ha convertido en el proxeneta, la psiquiatra en la madame que enseña bailes eróticos, el lobotomizador en El gran apostador, el cliente más esperado, y el resto de internas en prostitutas de alto standing destinadas a satisfacer las fantasías de hombres adinerados. Babydoll, la recién llegada, no encaja al principio en este mundo, pero pronto se descubre su increíble capacidad para el baile y la seducción. No obstante, nunca veremos estos movimientos que hechizan a aquellos que los contemplan, porque ese momento está destinado a sumergirnos en el tercer nivel.
Mientras Babydoll ejecuta su baile, su personaje se adentra en otro nivel de consciencia. En él deja de ser una joven inocente para convertirse, previo ritual de iniciación y autodescubrimiento en una especie de templo oriental, en una máquina de matar capaz de las más prodigiosas hazañas físicas y de manejar con destreza todo tipo de armas, incluída una mortal katana. En este mundo, además, un extraño maestro/guía (Scott Glenn) le insta a hacerse con una serie de objetos que, combinados, conseguirán su libertad y la de todas sus compañeras. Así pues, cada baile en el segundo nivel se convierte en una misión en el tercer nivel en la que Babydoll y sus compañeras Sweet Pea (Abbie Cornish), Rocket (Jena Malone), Blondie (Vanessa Hudgens) y Amber (Jamie Chung) tendrán que hacerse con los objetos. Unas misiones situadas en los escenarios más variopintos, desde las trincheras de la Segunda Guerra Mundial a un tren futurista conducido por robots, pasando por el asalto a una fortaleza medieval custodiada por un dragón gigante.
Como vemos, la principal "audacia" narrativa es moverse por los diferentes niveles de realidad, un poco al estilo de la mucho más compleja Origen (Christopher Nolan, 2010). En Sucker Punch es mucho más complicado perderse, puesto que cada salto está claramente marcado por el baile de Babydoll, y el mundo "real" sólo aparece al principio y al final del film. En lo que respecta al apartado visual, Snyder retoma los estilemas que ya vimos en Watchmen y sobretodo en 300, con peleas donde la épica se acentúa gracias al uso de la cámara lenta y la música cañera y oscura (Iggy Pop, Björk, The Beatles y hasta una versión del Sweet Dreams de Eurythmics interpretada por la propia Emily Browning al comienzo de la película).
La controversia, por tanto, se encuentra en cómo Zack Snyder viste (nunca mejor dicho) el desarrollo del film. Babydoll y sus compañeras podrían ser una mezcla de Los mercenarios de Sylvester Stallone con los personajes de Sailor Moon. Su aspecto y su vestimenta (minifaldas, medias por encima de las rodillas, tacones, coletas) remiten al mundo del manga y el anime, una especie de lolitas hiperviolentas capaces de matar sin que se les corra el rímel y sin que pierdan un ápice de su feminidad y su capacidad de alimentar las fantasías más inconfesables.
Así pues, ¿pretende Snyder subvertir los tópicos del cine de acción (esta vez las fuertes son las mujeres, tradicionalmente relegadas al papel de plañideras o reposo del guerrero del héroe masculino de turno) o simplemente quiere dar rienda suelta a sus fantasías eróticas (y las de muchos otros) con mujeres-niñas de aspecto inocente pero de carácter dominante? Volviendo al párrafo inicial, lo que está claro es que los detractores se aferran a esta segunda interpretación, y consideran Sucker Punch como un flojo intento a nivel de guión (a pesar de la pretendida complejidad de los tres niveles de realidad) y una descarada apología de la mujer objeto hecha a medida de la fantasía masculina (y donde, por otro lado, el físico de Emily Browning encaja a la perfección). Por otro lado, aquellos que ven la película con buenos ojos alaban su poderío visual y la valentía del realizador al mostrar una historia de mujeres fuertes, que luchan contra la opresión del hombre y quieren liberarse del yugo de la esclavitud sexual. Es decir, que Sucker Punch sería una cinta en favor de la emancipación y la independencia de la mujer, disfrazada de una película de acción que entre por los ojos del público juvenil pero con la intención de que acabe calando su mensaje. O eso, o una especie de paja mental cyberpunk alimentada por largas horas de porntube y páginas pegajosas de mangas eróticos. Sea como fuere, hay que ver la película para poder posicionarse.
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