Dice el tópico que cuando alguien se muere, el mal trago no es para la persona fallecida, sino para los que se quedan en este mundo. Mientras que a quien se va sólo le espera el fin de toda conciencia y dolor, a sus familiares y personas más queridas les espera un sentimiento de vacío, de pérdida, de habitaciones que se mantienen tal y como las dejaron sus ocupantes, de carretes de fotos sin revelar, y tantas y tantas cosas que se quedaron sin decir.
Con una historia a medio camino entre la producción mainstream de Hollywood y el telefilm de sobremesa, The Lovely Bones (2009) adapta la novela homónima de Alice Sebold, centrada en cómo una adolescente que ha sido asesinada contempla desde su particular “cielo” la manera en que su familia sigue adelante intentando superar una pérdida tan traumática. Ante ese drama, cada uno reacciona de una manera diferente. Mientras que la madre (Rachel Weisz) opta por la autocompasión ante la imposibilidad de superar la muerte de su hija, o la abuela (Susan Sarandon) se refugia en sus vicios y en su actitud de mujer de vuelta de todo; es el padre (Mark Wahlberg) el único que mantiene viva la esperanza de encontrar al asesino de la joven.
Seguramente, el neozelandés Peter Jackson pase a la historia del cine por haber sido capaz de adaptar con éxito (tanto de público como de crítica) la trilogía de El Señor de los Anillos. Sin embargo, Jackson ha demostrado que es de esos realizadores que se sienten cómodos en muchos géneros distintos (incluido el gore, terreno en el que se dio a conocer en los últimos 80 y primeros 90 gracias a Mal gusto y Braindead: tu madre se ha comido a mi perro), y que es capaz de ser solvente en todos ellos. The Lovely Bones recupera el tono de la infravalorada Criaturas Celestiales (Heavenly Creatures, 1994), presentando una historia adscrita al realismo mágico que combina con acierto dos mundos paralelos que conviven sin llegar nunca a coincidir. El principal mérito de Jackson en este film consiste en saber administrar las dosis justas de dramatismo, para que la trama no caiga en el recurso sentimentaloide y barato al que Hollywood está abonado en muchas ocasiones. Para ello, sus principales bazas son el magnetismo de una casi debutante Saoirse Ronan –quien carga con todo el peso del film con insultante naturalidad y solvencia- y especialmente un magnífico Stanley Tucci, que encarna al villano en una interpretación muy diferente a la que nos tiene acostumbrados. El personaje al que da vida Tucci es ese vecino anónimo de cualquier urbanización del extrarradio, quien en apariencia no tiene más vicios que construir casas de muñecas pero que en realidad esconde un sádico asesino capaz de cometer la más absolutas atrocidades, un trasunto del “Hombre del Saco” contra el que nos prevenían nuestras madres y que se convierte esta vez en el elemento que cercena la juventud (y la vida) de una adolescente, a la vez que se lleva por delante la estabilidad y la felicidad de una familia hasta entonces modélica.
A caballo continuamente entre los dos mundos, la película funciona mejor en el universo real, especialmente cuando refleja la lucha del padre por descubrir al asesino de su hija, o cuando sigue mostrando la vida de éste, insaciable en su búsqueda de sangre juvenil. Sin embargo, se intuye cierta desgana a la hora de reflejar el mundo onírico del “cielo” de la protagonista, mucho menos trabajado visualmente que, pongamos, la trilogía de J.R.R. Tolkien. Si a eso le añadimos el chirriante (en mi opinión) final compensatorio del asesino y el happy ending algo impostado, tenemos como resultado una película del gusto del sistema de producción hollywoodiense, que gusta de regocijarse en el drama más crudo pero siempre y cuando las cosas vuelvan a su sitio natural. A pesar de todo, las grandes interpretaciones, la fuerza de algunos personajes y el buen hacer de Jackson en la distribución correcta de las dosis de cada sentimiento hacen de The Lovely Bones un una película diferente y que puede funcionar a distintos niveles.
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