George Clooney es de esas pocas personas, y más en el ámbito público, de las que se puede afirmar que hace gala de una conducta prácticamente intachable. En lo personal, no ha dado lugar a escándalos de esos que tanto gustan en los medios más sensacionalistas, aunque sea de todos conocida su aversión al matrimonio y su gusto por las acompañantes jóvenes, atractivas y sin compromiso. Además de eso es solidario y comprometido socialmente, por mucho que en ocasiones se vea este compromiso como un acto de snobismo propio de millonario progre, porque opiniones hay para todos los gustos. Y en lo profesional, ha sabido sobreponerse de forma ejemplar al prejuicio de "estrella por su cara bonita" y su atractivo físico y ha forjado una carrera brillante tanto como intérprete como desde el punto de vista de la realización. Clooney es ahora mismo uno de los actores más fiables de Hollywood, de los que convierten en oro casi todo lo que tocan y de los que se puede decir que no hay película en la que participe (a uno u otro lado de la cámara) que no resulte interesante.
Sin embargo, en Los idus de marzo (The Ides of March, 2011) Clooney ha querido desmontar esa imagen idealizada que muchos tienen sobre él estableciendo un inteligente paralelismo con esa otra raza que, como los actores, se encuentra sometida constantemente al dominio público: los políticos. Muchos dicen que estamos en una época pobre en cuanto a madera política de nuestros gobernantes, especialmente en nuestra vieja Europa. Por eso se entiende quizá el desencanto de los ciudadanos con su clase política, incapaz de dar una respuesta firme ante una situación de grave crisis provocada por un sistema financiero cuyos desmanes se han encargado de alimentar con su connivencia, y que ahora se ven abocados a solucionar mediante recortes de derechos y sacrificios para las capas más desfavorecidas. No obstante, y a pesar del pesimismo reinante hacia la política, siempre encontramos fascinante el sistema político y electoral estadounidense, tan propio y tan diferente a lo que estamos acostumbrados por estos lares.
Los idus de marzo se estrenó en plena vorágine de la campaña de las primarias del partido republicano, que busca el oponente que se enfrente a Barack Obama en los comicios del año próximo. Hemos asistido a las luchas entre los candidatos (Mitt Romney, Rick Santorum, Newt Gingrich, etc.) por imponerse en cada estado, y nos hemos familiarizado mínimamente con un sistema endiabladamente complicado y complejo. Precisamente en ese mecanismo de complejidad es donde se instala Los idus de marzo, que pretende establecer una relación con los films políticos de los años 70, y que se acerca más al drama que al thriller. El protagonista es Steve Meyers (Ryan Gosling), un joven director de prensa encargado de llevar la campaña del gobernador Mike Morris (George Clooney), candidato a liderar el partido demócrata en las elecciones presidenciales. Asistimos pues, a un relato preciso de los entresijos de una campaña electoral, a todos los elementos que componen la carrera de un político hacia lo más alto. Los idus de marzo es, pues, un intento de mostrar lo que normalmente queda oculto, lo que ocurre entre bambalinas mientras nosotros sólo vemos los fastos y los oropeles.
Y, como se puede imaginar, lo que ocurre entre bambalinas es desagradable, cínico y cruel. Lo más llamativo del film es que no se corta en absoluto a la hora de retratar el enorme repertorio de puñaladas traperas que existen en este tipo de situaciones. Ya sea por la injerencia de la prensa (magnífica Marisa Tomei en el papel de periodista sin escrúpulos) o por la rivalidad entre los equipos de los candidatos (por mucho que sean del mismo partido), el caso es que una campaña electoral se mueve sobre arenas movedizas, y el terreno firme está sembrado de minas. Esto lo aprende muy pronto el personaje de Ryan Gosling (injustamente ninguneado en los Oscar, tanto por este papel como el aún mejor de Drive), cuyo arco de comportamiento es el hilo conductor del film. Al principio lo vemos como un joven al que todos alaban, alumno destacado del veterano director de campaña (Philip Seymour Hoffman) y comprometido con las ideas del gobernador Morris, a quien admira sinceramente y de quien cree que puede ser la persona capaz de cambiar el mundo. Sin embargo, lo que se va a encontrar es un camino plagado de zancadillas, siempre procedentes de su círculo más cercano. Su lealtad a la causa se pone a prueba por culpa del director de campaña del otro candidato (Paul Giamatti), y su relación con una joven becaria (Evan Rachel Wood), que en principio debía ser un desahogo puntual en unos momentos de actividad frenética, acaba por acarrearle más problemas de lo esperado. Todo ello conduce a que Steve acabe tomando conciencia del mundo en el que está metido, un mundo donde no tiene cabida el idealismo sino más bien la manipulación, la mentira y, por encima de todo, el instinto de supervivencia. Por el camino se ha dejado muchas cosas, demasiadas, que tal vez nunca recuperará. No obstante, el magnífico plano final del film deja abierto un pequeño resquicio a la posibilidad de que, después de todo, Steve aún conserve una parte de su antiguo yo.
Como ya hiciera en Buenas noches, y buena suerte (2005), donde hurgaba en el terreno políticamente inestable de la caza de brujas, George Clooney vuelve a poner el foco en el mundo de la política, dejando claro que lo que vemos no es sino una parte insignificante de lo que ocurre realmente, debidamente filtrada y edulcorada para que pensemos que nuestros representantes públicos son personas íntegras y capaces, cuando en demasiadas ocasiones están lejos de serlo. Además, no se le puede achacar a Clooney que haga un alarde de demagogia o de partidismo. Hacer esta película mostrando el bando republicano hubiera sido demasiado fácil y maniqueo, pero en lugar de eso Clooney se atreve a retratar al partido demócrata, su partido, sin ningún tipo de concesión. Es más, él mismo se disfraza de gobernador y candidato, un personaje de fachada impecable que la película se encarga de desmontar de una forma sutil y elegante. Los idus de marzo es, por tanto, un triste botón de muestra de lo que se cuece en las entretelas de la política, otro campo en el que el ser humano vuelve a dejar bastante que desear.
No hay comentarios:
Publicar un comentario