Una gala de entrega de premios cinematográficos es uno de esos acontecimientos que se esperan con ansiedad durante todo el año, ya sea para ensalzarlos o (la mayoría de las veces) para criticarlos hasta no dejar títere con cabeza. La gala de los Goya de anoche no fue una excepción, y la cada vez más fuerte presencia de las redes sociales hacen que las opiniones sean inmediatas, y sobretodo que ya no quede casi nada por comentar. A pesar de ello, me propongo exponer mis reflexiones personales sobre todo lo visto (y oído) en la noche de ayer.
- Para empezar, opto por abandonar de una vez las frases "la gran fiesta del cine español" o "el cine español es una gran familia". De tan repetidas se han convertido en rancias como un brick de leche caducado hace dos meses. Ya sé que hay que poner titulares previos a la gala, pero en estos tiempos de crisis toca agudizar el ingenio.
-La gala en sí misma no fue especialmente brillante. Pero tampoco especialmente aburrida, lo que ya es mucho. No se puede pedir que una entrega de premios (cuya base es el discurso de agradecimiento del galardonado) sea un derroche de espectáculo para los sentidos, porque en el fondo todos (presentes y televidentes) están deseando que termine para irse a celebrarlo. Eso sí, tuvieron su gracia los "consejos" que Cayetana Guillén-Cuervo daba a los premiados, con especial incidencia en el interminable discurso de Karra Elejalde del año pasado, donde se acordó hasta del gato de su hija.
-Eva Hache debutó con dignidad como presentadora, de menos a más, en un formato al que no está acostumbrada y donde brilla menos que en El club de la comedia. En el número musical inicial se le notaba cuanto menos incómoda, pero aún así tuvo momentos destacados, especialmente cuando leyó falsos mensajes de Twitter. El problema para Eva es que el monólogo más brillante de la noche fue el de Santiago Segura, mucho más mordaz e irónico. Sus reflexiones sobre cómo votan los académicos resultaron hilarantes, pero lo mejor de todo es que seguramente encierren una gran parte de verdad. Y suerte tuvo Santiago de que Antonio Banderas tenga tan buen humor, cosa que Pedro Almodóvar no, al menos anoche. El manchego, parapetado tras sus gafas de sol, estuvo serio durante toda la gala. "¿He vuelto para cuatro premios de mierda?", pudo pensar...
-Volviendo a los números musicales... quedará para la historia el rap (o habría que inventar una palabra nueva) que se marcaron anoche Javier Gutiérrez, Tito Valverde, Juan Diego y Antonio Resines junto al Langui. Lo de Juan Diego y Resines, especialmente, ha entrado ya por méritos propios en los anales de lo más bochornoso y vergüenzajenístico que se ha perpretrado sobre un escenario, y no se entiende sin algún decilitro de alcohol de por medio. Ese espectáculo dantesco engrandece todavía más el número musical del año pasado con Luis Tosar arrancándose por Sergio Dalma.
-Lo de los que entregan los premios también es tema aparte. Todos los años hay anécdotas, y este no iba a ser menos. Carlos Areces lamentó haber enseñado el culo en todas sus películas, mientas que Paco Roca agradeció a los académicos haberle dado la oportunidad de ponerse un traje, cosa que no hacía desde su primera comunión. Jorge Sanz (sí, sigue vivo) tuvo que soplarle a Victoria Abril el nombre de Elena Anaya, porque al parecer la veterana actriz se había dejado las gafas. Y las gafas no, pero sí la lengua pareció haberse dejado Nadia de Santiago, que ante la dificultad del apellido del director de The Artist optó por emitir un balbuceo en un idioma arcano. Si sabía que podía ganar Michel Hazanavicius podría haber ensayado la pronunciación del apellido, como seguro que hizo Brad Pitt antes de la ceremonia de los BAFTA.
-Pequeños (y seguramente absurdos) detalles de realización. Para todos (al menos para mí) fue una sorpresa que ganara Jan Cornet el premio al actor revelación, al ser el menos conocido del cuarteto de nominados. Especialmente desconocido para el realizador de la gala, que después de que el vídeo anunciara su candidatura pinchó la cara del acompañante, quedando en plano sólo la oreja izquierda del bueno de Jan. Por fortuna, el realizador se resarció cuando saltó al escenario el espontáneo de turno, pasando a un plano general donde no se veía al interfecto. Y en un crescendo de suerte, la irrupción del segundo espontáneo coincidió con el vídeo de presentación de los candidatos a mejor director. Por aquél entonces, los rodales de sudor del realizador debían ser antológicos.
-No es mi terreno, ni mucho menos, pero me atreveré a opinar sobre el vestuario de los presentes. Me refiero al femenino, porque el masculino es casi siempre sota, caballo y rey, con la excepción de la chaqueta de terciopelo verde leprechaun de Daniel Sánchez-Arévalo. Sin temor a equivocarme puedo decir que la mayoría de las actrices acertaron con su elección, destacando el vestido romano (¿o es griego?) de Elena Anaya, el vaporoso-recatado de María Valverde, el Elie Saab (mi chica me ha dicho que ese diseñador mola) de Goya Toledo, el verde palabra de honor de María León y hasta diría que el escotazo con transparencias de Inma Cuesta, eso sí, descontando las hombreras plumíferas. Y mención aparte para Silvia Abascal, que apareció radiante y emocionada después de superar un ictus. Como ella misma dijo, sólo estar allí ya era un premio para ella.
-¿La excepción a tanto glamour? Siempre la hay, ¿verdad Isabel Coixet? La directora catalana fue anoche un Trending Topic con gafas. En primer lugar, por su vestido-homenaje a las hijas de José Luis Rodríguez Zapatero, gótico pero informal. En segundo lugar, porque parecía atraer a los espontáneos (los dos saltaron las dos veces que Isabel pisó el escenario). Y en tercer lugar, y más importante, por sus palabras al recoger el premio al mejor largometraje documental por Escuchando al juez Garzón. Coixet defendió la causa y la figura del ya inhabilitado juez, y lamentó el estado de la justicia española, subrayando que por desgracia "sí hay paz para los malvados". Se agradecen estas palabras en una gala anodina en lo político, donde el ministro José Ignacio Wert se pudo sentir casi tan cómodo como en el congreso del PP en Sevilla. Sólo las palabras de Coixet y la referencia de María León a todas las represaliadas en la Guerra Civil fueron la excepción a una noche políticamente correcta. El "no a la guerra" no tuvo continuidad en un, por ejemplo, "no a la reforma laboral". Hasta el mundo del cine está con el culo apretado.
-Tema discursos. Los hay de todo tipo, duración y emoción. El más fugaz fue el representante de The Artist, premiada como mejor película europea, y el más largo se lo disputan entre Lluís Homar (al ser el primero uno no tiene tomada la medida a la duración) y Kike Maíllo. A Maíllo se le veía nervioso durante la gala, mordiéndose las uñas, pero cuando recogió el Goya a la mejor dirección novel se descubrió el motivo de tanto nerviosismo: no quería que se le olvidara nada de lo que tenía preparado. A pesar de cierta sobreactuación, Maíllo estuvo acertado y emocionante, especialmente con Claudia Vega (la Eva de su película) y en el recuerdo a su abuelo. "Ahora ganamos mundiales y hacemos películas de robots. ¡A este país no lo reconoce ni la madre que lo parió!". Vamos, el discurso soñado.
-Aunque para discursos indeseados, el que cada año perpetra el presidente de la Academia del Cine. El de Álex de la Iglesia del año pasado fue brillante, y necesario en un momento de polémica por el tema de la ley Sinde. Esta vez subió al escenario el triunvirato formado por las vicepresidentas Judith Colell y Marta Etura y el presidente Enrique González-Macho. Lo de ellas, previsible, referencias a la crisis y la difícil situación, reivindicación del valor del cine español dentro y fuera de nuestras fronteras, etc. Pero quien se cubrió de gloria fue el Macho (y no me refiero a José Coronado), pasando en apenas cinco minutos de presidente de perfil bajo a blanco de las iras de esa comunidad tan etérea llamada "los internautas". Su idea de que Internet no tiene nada que decir (al menos en el momento actual) en el negocio cinematográfico es un error de bulto, y quedará para siempre en su saco de las vergüenzas. Sin ir más lejos, los 10 TT de anoche en Twitter se referían a la gala de los Goya, por lo que considerar a Internet como algo ajeno al cine es tener unas miras muy cortas. Para el cine, Internet es como ese amigo que consigue colarte en todas las fiestas, por mucho que sigas teniendo que pagarte tus cubatas. Un amigo gorrón, pero amigo (e imprescindible) al fin y al cabo. Que el máximo responsable del cine español diga lo que dijo ayer González-Macho demuestra que los gestores siguen estando varios pasos por detrás de la realidad.
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