Lo peor que se puede hacer al sentarse ante una película de Lars von Trier es acomodarse en la butaca arrastrando cualquier tipo de prejuicio. Si bien es verdad que el realizador danés puede ser acusado con razón de egocéntrico o megalómano (su supuesta autoproclamación como el mejor director del mundo no ayuda a quitarte el sambenito de ególatra, aunque él no dijera eso), no es menos cierto que al menos resulta impredecible en cada película que hace, lo que en el fondo es un punto a su favor.
Lars von Trier ha evolucionado hacia una progresiva estilización de su cine, pasando del estilo casual e improvisado de sus primeros títulos a unas maneras mucho más pretendidamente artísticas y trascendentales en sus últimas películas. Por el camino, ha trabajado casi todos los géneros (le faltaba el pornográfico, pero ya lo abordará en Nymphomaniac, su proyecto inminente), dejando siempre un sello personal que atrae a sus incondicionales y repugna a todos los demás a partes iguales. De ahí que cada nueva película del danés sea recibida con suspicacia, especialmente entre los que esperan (para mal) encontrarse con los mareantes movimientos de cámara o los pedantes subrayados narrativos y/o visuales tan del gusto del realizador.
Sin embargo, con Melancolía (Melancholia, 2011) podemos decir que von Trier ha realizado su película más pulida a nivel formal y una de las más sencillas (que no simples) en el plano argumental. No falta el uso (para algunos abuso) de la cámara al hombro y los barridos rápidos, pero en este caso no constituyen el motivo estilístico principal, sino que están en consonancia con la situación planteada en la primera parte de la película, una situación cuya incomodidad se transmite mejor con un inquieto movimiento de cámara que permite captar en tiempo real cada reacción de los personajes. Por ello, el uso de la cámara al hombro no es un recurso frívolo y manierista, sino una expresión de la necesidad de captar de la manera más directa una situación tan llena de matices.
La película se divide en dos partes bien diferenciadas, casi dos películas independientes que llevan por título el nombre de las dos hermanas protagonistas, Justine y Claire. Antes de eso, von Trier inserta una especie de preludio onírico que revela el desenlace final del film, que no es otro que la destrucción de la Tierra. A este prólogo, repleto de referencias al mundo del arte (el más evidente es la Ofelia de John Everett Millais), aunque quizá demasiado influido por ese recurso tan videoclipero de la cámara superlenta, no se le puede negar una enorme capacidad de fascinación, aumentada por la música del Tristán e Isolda de Wagner, y que deja en el espectador la sensación de asistir a algo trascendente.
Sin embargo, Lars von Trier deja la trascendencia para más adelante, puesto que el primer segmento de la película tiene mucho más de humano que de divino. Esta primera parte del díptico se centra en la boda entre Justine (Kirsten Dunst) y Michael (Alexander Skarsgård), que tiene lugar en la mansión rural de Claire (Charlotte Gainsbourg), hermana de Justine, y de su marido John (Kiefer Sutherland). Es inevitable que en este momento vuelva a la memoria Celebración (Festen, 1998), la película de Thomas Vinterberg que sigue siendo la más destacada representante del movimiento Dogma 95, que el propio von Trier contribuyó a fundar pero del que renegó al poco tiempo. Si en aquella cinta la reunión familiar por el 60 cumpleaños del patriarca del clan acababa destapando todas las miserias familiares, en esta primera parte de Melancolía asistimos a una situación similar, a la constatación de todo lo que de hipócrita tienen este tipo de celebraciones. Mientras la pragmática Claire se esfuerza por conseguir que todo salga perfecto, sus peculiares familiares se encargan de todo lo contrario. Ya sea por su amargada y sarcástica madre (Charlotte Rampling), su despreocupado padre (John Hurt) o el despiadado jefe de Justine (Stellan Skarsgård), pronto asistimos a la cara oculta de estos encuentros aparentemente apacibles en los que la realidad ofrece una versión bien distinta de la fachada que los personajes ofrecen ante los demás. Pero por encima de todo sobrevuela la angustia de la propia Justine, la que mejor refleja el hastío y lo absurdo de una situación en la que ella debería ser la persona más feliz, aunque en realidad es todo lo contrario. La magnífica interpretación de Kirsten Dunst (reconocida como mejor actriz en Cannes) ayuda a entender mejor a un personaje difícil, poco agradecido, con el que el público tiene dificultades para conectar por lo, en ocasiones, aleatorio de su comportamiento. Un comportamiento cuyo origen puede intuirse tras el descubrimiento de ese planeta llamado Melancolía que se asoma en el horizonte, y cuya presencia parece provocar en Justine una sensación que nadie comprende (es muy significativo el hecho de que Justine pida ayuda a todos los miembros de su familia pero nadie esté dispuesto a escucharla) pero que tendrá consecuencias importantes.
Tras esta parte que deja una vez más a las claras lo que von Trier opina de las relaciones sociales (vacías, falsas y llenas de hipocresía), la película da paso a una segunda parte de un tono mucho más místico, universal y trascendental. La fotografía en tonos amarillos y el pulso nervioso de la cámara dan paso a unos planos más sosegados y a un ambiente de tonalidades más frías y oscuras. Situado cronológicamente algún tiempo después de la celebración anterior, este segundo segmento se centra más en la figura de Claire, resaltando el contraste entre las dos hermanas que representa de alguna manera la contraposición entre dos formas de entender la existencia. Claire es racional, práctica, terrenal y con los pies en el suelo, casada con un rico triunfador y con un hijo pequeño. Justine, por el contrario, es creativa, inestable, imprevisible y parece íntimamente ligada al destino de ese planeta cuya silueta es cada vez más grande en el cielo. Y es precisamente la amenaza de Melancolía la que planea sobre toda esta parte del film. Poco a poco el espectador va entendiendo lo inevitable de la colisión del planeta con la Tierra, y el consiguiente Fin del Mundo. Un Apocalipsis que cada una de las hermanas afronta de manera muy diferente. Claire lo asume con terror, negándose a imaginar la posibilidad de que desaparezca todo el mundo, incluyendo sus seres queridos. Pero Justine interpreta el advenimiento del fin total con naturalidad, como una especie de purga. Es muy interesante su reflexión cuando afirma que la Tierra es un lugar maligno, que no hay nada de malo en que desaparezca y que sabía que eso iba a suceder. Lars von Trier planeta con inteligencia la idea de la destrucción total como una suerte de castigo contra la indignidad humana. Un castigo que, por otra parte, afectaría por primera vez a todos los seres humanos y no sólo a aquellos menos favorecidos en cuanto a su clase, religión o situación económica. Por una vez, la destrucción del planeta es absolutamente democrática, afectando por igual a todos los seres humanos, liberados por un solo momento de sus diferencias. Y von Trier presenta este Apocalipsis sin el manido recurso de mostrar a personas de todas las regiones del mundo reunidas ante un televisor contemplando el fin inminente con lágrimas en los ojos, sino que el Fin del Mundo sobreviene en familia bajo una cabaña hecha con palos de madera, mediante una explosión de pura e infinita belleza.
Finalmente, está recomendada? La sola presencia de la muy blanca Kirsten Dunst repele cualquier intención de compra de tiquete. Aunque bueno, ya no está en cines...
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