Seguramente, muy pocos medios (especializados o no) se harán eco de la efeméride, pero lo cierto es que hoy hace cincuenta años de la muerte de Florián Rey, uno de los realizadores más importantes (e injustamente olvidados) que ha dado la historia del cine de nuestro país. El 11 de abril de 1962, Florián Rey fallecía en una habitación de la clínica del Perpetuo Socorro de Alicante, después de una penosa enfermedad hepática y muy alejado del mundo al que había contribuido a dar lustre.
Pero no siempre fue así. En su momento, las películas de Florián Rey fueron capaces de competir a nivel de público con el todopoderoso cine estadounidense, que además estaba en los inicios de su edad dorada. Era la época de Gloria Swanson, de Clara Bow, de Errol Flynn o de Rodolfo Valentino. España, por su parte, no contaba con nada ni remotamente parecido a un star system, pero aún así Florián Rey fue capaz de crear una serie de films que acapararon el interés de los espectadores, basados principalmente en un retrato costumbrista de la sociedad del momento pero con un tratamiento algo menos tópico y mucho más moderno. Y sobretodo, contando con la arrolladora presencia de la que fue su musa y compañera en la vida real, la gran Imperio Argentina. Después llegó la guerra y la dictadura, y su carrera se vio abocada a la mediocridad o al retiro. Y Florián Rey sufrió las dos, una después de la otra, hasta apartarse del cine y recluirse bajo el sol de la costa Blanca. No ha sido hasta fechas relativamente recientes cuando los estudiosos de la historia del cine español han reivindicado su figura como necesaria para entender nuestra cinematografía, reparando un error que ha durado varias décadas.
Antonio Martínez del Castillo (ese era su nombre real, la leyenda del cine se construye a base de seudónimos) nació el 25 de enero de 1894 en La Almunia de Doña Godina (Zaragoza). Aragón, tierra de grandes directores (Buñuel, Saura, Chomón, Forqué, Borau) fue el escenario de los primeros pasos de Florián Rey en el mundo del derecho (que abandona pronto) y sobretodo del periodismo, época en la que empezó a adoptar su nombre artístico. Su primera relación con la interpretación es gracias al teatro, de la mano de Gregorio Martínez Sierra. En el cine también empieza como actor, aunque muy pronto dirigiría su primera película, la adaptación cinematográfica de la zarzuela La revoltosa (1924), con gran éxito popular.
En 1927 conoció al gran amor de su vida, Imperio Argentina. A pesar de que su matrimonio civil no fue especialmente largo, de su relación surgieron los mejores trabajos de su carrera. Su primera colaboración fue en La Hermana San Sulpicio (1927), cuya versión sonora (de 1934) inició una especie de "trilogía republicana" que completaron Nobleza baturra (1935) y Morena Clara (1936). Fueron esas películas las que dieron fama al cine de Florián Rey. En ellas estaban presentes muchos de los tópicos españoles (gitanos, flamenco, copla, clero, caciques, etc.), pero Rey tuvo la habilidad y el talento para que sus historias nunca cayeran en el rancio lugar común, sino que ofreció una visión desprejuiciada y fresca de las relaciones entre los distintos estamentos sociales, muy en la línea de la visión de la sociedad propia de la Segunda República.
Pero antes de todo esto, Florián Rey había filmado La aldea maldita (1930), seguramente la mejor película muda de la historia de nuestro cine (y que volvió a grabar en 1942 en su versión sonora, aunque con peores resultados). La película narra penoso viaje de una familia desde el pueblo a la ciudad en busca de una vida mejor, y de los problemas que allí se encontrarán. Es, al fin y al cabo, un fiel retrato del traslado de un mundo rural en decadencia y miseria hacia un mundo urbano que promete oportunidades que muy pocas veces se consiguen. La aldea maldita tiene mucho de la fuerza expresiva del cine mudo soviético de Eisenstein y compañía, y el tratamiento y la temática anticipa el neorrealismo italiano que surgiría algunas décadas después.
A pesar del poderío visual y narrativo de La aldea maldita, lo cierto es que el cine mudo estaba tan condenado a la desaparición como los protagonistas del film. Florián Rey no fue ajeno a este hecho, y quiso familiarizarse con la nueva técnica del sonoro, siendo contratado por los estudios Paramount para que trabajase en su sede europea en Joinville, cerca de París. Allí supervisó y dirigió algunos doblajes al español de películas americanas. Volvió a España en 1933, para iniciar su época más fructífera en cuanto a beneplácito popular. Por desgracia, la Guerra Civil y el posterior franquismo truncaron su carrera, a pesar de que el propio Florián Rey era de ideología conservadora (aunque no franquista). La idea que tenía Franco y su régimen sobre lo que debía ser el cine, ideologías aparte, distaba mucho de la visión moderna de Rey, por lo que se vio obligado a emigrar a Alemania a finales de la década de 1930. De esa época se conservan muchas leyendas, como la supuesta relación lésbica de Imperio Argentina con Greta Garbo o la presunta amistad y simpatía de la pareja hacia Goebbels y Hitler. Lo cierto es que ambos rodaron algunas películas en Alemania, como Carmen la de Triana (1938) y La canción de Aixa (1939), poco antes de que su relación sentimental se terminara.
Su retorno a España no fue ni mucho menos triunfal, encontrándose una industria cinematográfica en la que decir que se trabajaba con servicios mínimos era decir demasiado. A pesar de que rodó algunas películas de corte costumbrista (La Dolores, Brindis a Manolete), la realidad es que nunca se encontró cómodo en la nueva situación. En 1956 decidió alejarse del mundo del cine, y trasladó su residencia a Benidorm, en las tranquilas y azules orillas del Mediterráneo. Allí murió hace hoy cincuenta años, y sus restos descansan en el osario general del cementerio municipal de Alicante. Un final injusto para Florián Rey, un director que contribuyó en gran manera a desarrollar el cine español y cuya figura no puede ser olvidada.
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